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Avançament editorial

El nou llibre de Gonzalo Boye

¿Cloacas? Sí, claro
Editorial: Roca Gènere: No ficció Pàgines: 284 Preu: 17,90 euros L’advocat Gonzalo Boye publica la crònica del tercer any del procés català, després de l’èxit de Ahí lo dejo... i Así están las cosas. Amb un títol ben explícit sobre la guerra bruta contra l’independentisme, escriu el llibre més personal i retrata un any especialment dur. Ara és ell, també, qui viu la persecució i l’amenaça de la presó.

sep­ti­em­bre

La última semana de agosto la pasé en via­jes y reu­ni­o­nes, espe­ci­al­mente en Bar­ce­lona, por­que teníamos que pre­pa­rar la vista del pre­si­dent Torra señalada para el 17 de sep­ti­em­bre, y por­que seguíamos avan­zando en el tema del supli­ca­to­rio y en la con­tes­tación a la ape­lación que pre­sentó el fis­cal belga en con­tra de la sen­ten­cia de Lluís Puig del 7 de agosto.

La vista, más bien el señala­mi­ento de la vista del pre­si­dent Torra, fue fiel reflejo de cómo se ha mane­jado todo ese caso. En un momento dado, desde el depar­ta­mento de prensa del Supremo se remitió un men­saje a los dis­tin­tos medios de comu­ni­cación anun­ci­ando la fecha de la vis­ta. Cuando muc­hos peri­o­dis­tas nos pre­gun­ta­ron por ello, sim­ple­mente diji­mos que era impo­si­ble, por­que cuando salió el anun­cio aún no se había con­for­mado la Sala que la cele­braría.

De acu­erdo con la ley, que es la gran olvi­dada en este y tan­tos pro­ce­di­mi­en­tos, la fecha de la vista debe señalarse con poste­ri­o­ri­dad a la con­for­mación de la Sala y eso res­ponde a una lógica: si no se sabe aún qué jue­ces la com­pondrán, no se puede saber en qué fecha pue­den cele­brar la vista o no.

Aquí, por ese des­liz, quedó en evi­den­cia que daba lo mismo quiénes con­for­ma­sen la Sala y cuáles fue­sen sus agen­das, por­que lo impor­tante es que alguien, alguien con bas­tante poder, había deter­mi­nado que esa vista se cele­braría en una fecha con­creta y que el resto se podía adap­tar a la misma.

Mien­tras hacíamos todas estas cosas, man­tuve varias reu­ni­o­nes de cara a seguir ade­lante con la inves­ti­gación del tema Pega­sus. Vi a algu­nos de los enton­ces posi­bles afec­ta­dos, les expliqué lo que estábamos haci­endo y les dejé claro qué nece­sitábamos de ellos.

Entre las múlti­ples reu­ni­o­nes que man­tuve en esos días en Bar­ce­lona des­taco una con una dipu­tada al Par­la­ment de Cata­lu­nya con la que quedé para verme a las diez de la mañana en una ter­raza del Born; durante la espera vi cómo a dis­tan­cia ella atra­ve­saba una plaza desde la calle de la Ribera hacia la calle de la Fusina mien­tras la seguía dis­cre­ta­mente un per­so­naje que, como siem­pre ocurre cuando se actúa desde la impu­ni­dad, no se dio cuenta de que yo le había detec­tado y foto­gra­fi­ado.

Si no son obje­ti­vos de poten­ci­a­les aten­ta­dos, seguir a par­la­men­ta­rios elec­tos no es más que el fiel reflejo de cómo cier­tos sec­to­res de los cuer­pos y fuer­zas de segu­ri­dad del Estado se sien­ten con el derecho, y también el res­paldo, de dedi­car su tiempo a con­tro­lar la vida de aque­llos a los que con­si­de­ran sus ene­mi­gos. Se están gas­tando ingen­tes recur­sos públi­cos en espiar a los opo­si­to­res, a los ene­mi­gos, y todos esos gas­tos no pare­cen pre­o­cu­par a nadie.

La semana del 7 de sep­ti­em­bre la dediqué, en parte, a ir pre­pa­rando la vista del pre­si­dent Torra; el tra­bajo en esos momen­tos con­sistía en sin­te­ti­zar al máximo los cien­tos de páginas que com­ponían, pri­mero, el recurso, y luego la impug­nación de los escri­tos del Fis­cal y de Vox, que, una vez más, iban de la mano, aun­que he de decir que con impor­tan­tes dife­ren­cias en lo técnico y en el rigor jurídico.

El recurso de casación, que no cum­ple con las exi­gen­cias de ser una auténtica segunda ins­tan­cia —es decir una ins­tan­cia donde se vuel­ven a revi­sar las pru­e­bas y a cues­tionar los hec­hos— es un recurso que, por defi­nición, es muy técnico y emi­nen­te­mente escrito, con lo que las vis­tas ora­les para defen­der los recur­sos son excep­ci­o­na­les y no han de con­sis­tir en una repro­ducción o lec­tura de lo que se haya dicho ya por escrito.

En defi­ni­tiva, pri­mero había que sin­te­ti­zar, luego modu­lar y, final­mente, agre­gar aque­llos argu­men­tos que expre­sa­mente reser­va­mos para la ora­li­dad de la vista.

No hay un tiempo legal­mente tasado para los ale­ga­tos en vis­tas de casación; sin embargo, desde que Manuel Marc­hena pre­side la Sala Segunda, se ha ins­tau­rado la cos­tum­bre de, al ini­cio de las vis­tas, recor­dar que el recurso es emi­nen­te­mente escrito y que como se hace en los tri­bu­na­les inter­na­ci­o­na­les se con­ce­derá un tiempo tasado de «apro­xi­ma­da­mente veinte minu­tos». Con ser cierto que en los tri­bu­na­les inter­na­ci­o­na­les el tiempo suele estar tasado, también lo es que exis­ten tur­nos de réplica y dúplica que enri­que­cen el debate jurídico y dan mar­gen para gra­duar el orden de pre­sen­tación de los argu­men­tos.

En todo caso, el tra­bajo era intenso para poder lle­gar a una expo­sición que fuese orde­nada, raci­o­nal y ajus­tada en lo tem­po­ral. Mien­tras yo hacía eso —solo podía ser yo por­que era el que tenía que ale­gar—, Isa­bel, Costa y Cek­pet me iban dando ideas y las refe­ren­cias de dónde esta­ban.

En algún momento llegó a ser con­fuso, pero, poco a poco y con gente con la que uno está acos­tum­brado a tra­ba­jar en equipo, ter­minó siendo fácil ir enca­jando aque­llas cosas que me pasa­ban y que yo aún no había metido, e incluso se generó un debate, muy enri­que­ce­dor, sobre lo que había que decir o no.

El miérco­les fui por el día a Zara­goza a un jui­cio; era impor­tante y técni­ca­mente muy intere­sante: otro caso en el cual el sis­tema se pone firme para sacar de él a quien resulta incómodo. Me tocaba defen­der a una médico forense injus­ta­mente acu­sada por fal­sear un informe de una autopsia, cuando lo único que había era una clara dis­cre­pan­cia de cri­te­rios en lo técnico, a la que se sumó una evi­dente ani­mad­versión, que fue en lo que se sus­tentó una sen­ten­cia con­de­na­to­ria que nunca debió dic­tarse.

Ya nada más entrar en la Sala tuve la sen­sación de que mi defen­dida y yo estábamos en ter­ri­to­rio hos­til, por­que tanto la fis­cal como la jueza lle­va­ban sen­das mas­ca­ri­llas con la ban­dera de España y la acu­sada, aparte de ser médico forense, era cata­lana… Dirán que nada tiene que ver que alguien lleve la ban­dera de España en una mas­ca­ri­lla, y segu­ra­mente sería así si la misma no hubi­ese sido objeto de apro­pi­ación por el más ran­cio y retrógrado naci­o­na­lismo español. Además, no deja de ser paradójico que una auto­ri­dad pública, a la que se le pre­sume impar­ci­a­li­dad, pueda exhi­bir una ban­dera española en una mas­ca­ri­lla pero que a un pre­si­dente autonómico se le haya con­de­nado e inha­bi­li­tado por exhi­bir una pan­carta rei­vin­di­ca­tiva de un sen­tir mayo­ri­ta­rio allí donde él es pre­si­dente.

El jui­cio fue tenso, más bien muy tenso, por­que era evi­dente que la jueza no estaba dis­pu­esta a que se cues­ti­o­nase a nin­guno de los tes­ti­gos de la acu­sación, a pesar de la evi­dente ani­mad­versión que acre­di­ta­mos y que se hacía patente a cada frase que pro­nun­ci­a­ban.

Sali­mos tarde, pero con el tiempo justo para coger el AVE de regreso a Madrid, donde nada más lle­gar tenía pre­vista una reunión y luego una cena de tra­bajo. Afor­tu­na­da­mente, sabi­endo que Atocha era la última estación, me dormí todo el trayecto y eso me recu­peró bas­tante.

El jue­ves a pri­mera hora de la mañana, Isa­bel y yo sali­mos para Bar­ce­lona, donde teníamos una serie de reu­ni­o­nes. Nada más lle­gar nos fui­mos al hotel, deja­mos nues­tro equi­paje y nos sepa­ra­mos para acu­dir, cada uno, a dis­tin­tas reu­ni­o­nes y así poder cubrir todos los temas que teníamos que resol­ver.

Uno impor­tante era el de Lluís Escolà, exmosso d’esqua­dra que fue escolta del pre­si­dent Puig­de­mont, con quien se están cebando por el sim­ple hecho de haber cum­plido con su deber después de haber sido rele­vado de esas fun­ci­o­nes, uti­li­zando sus días libres y de vaca­ci­o­nes para pro­te­ger al pre­si­dent (cuya segu­ri­dad no parece impor­tar­les a muc­hos). Escolà fue con­tra­tado para un puesto de libre desig­nación en el que no ganaba más que en su puesto como mosso, pero según la que­re­lla de Fis­calía y el juez Ramos esa desig­nación fue un acto pre­va­ri­ca­dor por parte del con­se­ller Buch, y el pago de su sueldo un acto de mal­ver­sación de cau­da­les públi­cos.

Escolà y Buch están siendo inves­ti­ga­dos por el Tri­bu­nal Supe­rior de Justícia de Cata­lu­nya (TSJC) en una causa que ins­truye el juez Ramos y que se ha tomado como algo muy per­so­nal. La impu­tación no solo es des­ca­be­llada, sino que se trata de una clara inves­ti­gación pros­pec­tiva que no pre­tende deter­mi­nar unos hec­hos y luego ver si los mis­mos son o no delic­ti­vos: el auténtico obje­tivo no es otro que inves­ti­gar a todo aquel que en algún momento haya podido ayu­dar o pro­te­ger al pre­si­dent Puig­de­mont.

El juez Ramos, de desig­nación política, se ha dedi­cado a ben­de­cir, diga­mos auto­ri­zar, una serie de dili­gen­cias que son intro­mi­si­vas, vul­ne­ra­do­ras de derec­hos fundamenta­les y, sobre todo, abso­lu­ta­mente inne­ce­sa­rias para los hec­hos que se dice son los inves­ti­ga­dos.

Con dicho propósito se han cur­sado un sinnúmero de dili­gen­cias, dando manga ancha a los inves­ti­ga­do­res y rea­li­zado peti­ci­o­nes de todo tipo, tanto a nivel naci­o­nal como inter­na­ci­o­nal… Los gas­tos suman y siguen, pero a nadie parece impor­tarle por­que las arcas públi­cas, cuando de re­primir se trata, pare­cen no tener fondo.

Por defi­nición, y así lo ha esta­ble­cido toda la juris­pru­den­cia exis­tente, los car­gos de libre desig­nación son pues­tos de con­fi­anza en los cua­les el único cri­te­rio para la elección de quien lo ha de ocu­par es, jus­ta­mente, la con­fi­anza que se le tenga por parte de la auto­ri­dad que le designa. A par­tir de tal pre­misa, es evi­dente que no puede exis­tir la ale­gada pre­va­ri­cación (dic­tar una reso­lución injusta a sabi­en­das), y sin el con­curso de pre­va­ri­cación pagar un sueldo a una per­sona con­tra­tada de ese modo no puede ser mal­ver­sación sino una obli­gación.

Es impor­tante insis­tir en algo esen­cial: el sueldo que esos meses recibió Lluís es exac­ta­mente el mismo que cobraba como sar­gento de Mos­sos y, por tanto, ni tan siqui­era puede argu­men­tarse que se pre­tendió bene­fi­ci­arle ni nada.

Lle­va­mos meses con este caso y qui­e­nes lo diri­gen han abi­erto tan­tas líneas de inves­ti­gación como se les ha anto­jado, con el único fin de ir cons­truyendo, de cara a otro pro­ce­di­mi­ento, una impu­tación falsa en con­tra de todos aque­llos que, como he dicho, han estado pro­te­gi­endo al pre­si­dent Puig­de­mont.

¿A qué obe­de­cen estas actu­a­ci­o­nes? Sin­ce­ra­mente lo des­co­nozco, pero bien pare­cen tener una clara inten­ci­o­na­li­dad política y tra­tan de dejar muy claro que quien ayude a los exi­li­a­dos deberá asu­mir las con­se­cu­en­cias.

Las reu­ni­o­nes se suce­di­e­ron a lo largo de todo el día y sobre las 17.30 horas Isa­bel y yo nos vol­vi­mos a jun­tar en el hotel para salir en coche hacia Arbúcies, donde tenía pre­vista una pre­sen­tación de mi ante­rior libro y luego una cena.

El evento lo había orga­ni­zado un amigo de la infan­cia de Isa­bel que vivía en Arbúcies desde hacía más de treinta años y lle­vaba hablándo­nos de hacer algo en su pue­blo en cuanto se pudi­ese.

Junto al ayun­ta­mi­ento se había mon­tado un esce­na­rio y ubi­cado sillas, en semicírculo y res­pe­tando la dis­tan­cia social, que se ocu­pa­ron por estricto orden; fue un evento muy grato y con una ronda de pre­gun­tas y res­pu­es­tas muy intere­san­tes.

Nada más fina­li­zar fui­mos cami­nando hasta un res­tau­rante donde habían reser­vado una zona pri­vada para que cenásemos en una mesa de amplias pro­por­ci­o­nes, mon­tada específica­mente para la ocasión con la fina­li­dad de man­te­ner, todos, la dis­tan­cia social también durante la cena.

La cena, por lo agra­da­ble que fue, se alargó bas­tante por lo que regre­sa­mos a Bar­ce­lona bas­tante tarde. A la mañana siguiente teníamos que madru­gar para una reunión y luego salir al aero­pu­erto y regre­sar a Madrid.

El fin de semana lo usa­mos para seguir pre­pa­rando la vista del pre­si­dent Torra. Una vez más, quien ter­mi­naba pagando las con­se­cu­en­cias del tra­bajo de sus padres era nues­tra hija Elena, que veía que no había más pla­nes que estar en casa, así que lla­ma­mos a unos ami­gos para ver si traían a su hija y que las niñas tuvi­e­sen algo de vida, de nor­ma­li­dad y de entre­te­ni­mi­ento en un año que estaba siendo de todo menos nor­mal.

Como si no fuese sufi­ci­ente con tener que tra­ba­jar todo el fin de semana, la noche del 12 al 13 de sep­ti­em­bre sonó el teléfono de Isa­bel y la oí decir: «Sí, sí, sí, pues ahora iré para allá». Nada más col­gar le pre­gunté qué pasaba, y su res­pu­esta fue clara, con­cisa y rotunda: «Han vuelto a entrar en el des­pacho».

Era el segundo alla­na­mi­ento que sufríamos en nueve meses y, al igual que el ante­rior, segu­ra­mente habría sido orques­tado, eje­cu­tado y encu­bi­erto por los mis­mos.

Como no podíamos dejar a Elena sola, que además ya dormía, y no era nece­sa­rio que fuésemos ambos, me vestí y partí al des­pacho sin aún saber con qué me encon­traría.

Al lle­gar vi una dotación poli­cial en la puerta y les indiqué que iba a apar­car y regre­saba; al acce­der al des­pacho me infor­ma­ron de que quien lo hubi­ese come­tido habría entrado por la ven­tana del semisótano, que estaba for­zada al igual que la reja que la pro­tege.

Entra­mos con mi llave, di las luces e inme­di­a­ta­mente los agen­tes y yo pudi­mos hacer­nos una idea de lo suce­dido: todos los sen­so­res del sis­tema de alarma esta­ban per­fec­ta­mente des­mon­ta­dos y colo­ca­dos justo frente al lugar que les cor­res­pondía.

Dimos una vuelta por todo el des­pacho para ver si en prin­ci­pio fal­taba algo, pero era evi­dente que no: lo de mayor valor —orde­na­do­res, teléfonos y otros equi­pos informáticos— estaba todo en su sitio. Me pre­gun­ta­ron si había algo más de valor o dinero y les expliqué que lo de más valor eran los expe­di­en­tes de nues­tros defen­di­dos, que esta­ban digi­ta­li­za­dos y a buen res­guardo.

A los pocos minu­tos llegó el comi­sa­rio de la zona, quien ordenó que se lla­mase a la policía científica para la toma de hue­llas, y les indicó a los agen­tes pre­sen­tes que antes de venir había revi­sado la situ­ación y que era la segunda vez que pasaba lo mismo. Dijo que no estaba dis­pu­esto a que esto suce­di­ese «en mi dis­trito y en mi turno por segunda vez».

Tuvi­mos que espe­rar una hora hasta que lle­ga­ron los de la policía científica, que en gene­ral son gente muy pro­fe­si­o­nal. La ofi­cial al mando me pre­guntó qué tipo de casos llevábamos en el des­pacho y le expliqué que, entre otros, las defen­sas del pre­si­dent Puig­de­mont y el pre­si­dent Torra. No me dejó con­ti­nuar diciéndome: «Vale, me queda claro el móvil».

Estu­vi­e­ron otras dos horas rea­li­zando tomas de mues­tras y una com­pleta revisión del des­pacho, pero todos los pre­sen­tes éramos cons­ci­en­tes de que, pri­mero, no se encon­trarían hue­llas y, segundo, el que nin­guno de los equi­pos de segu­ri­dad hubi­ese fun­ci­o­nado era un claro síntoma de que con­ta­ban con amparo en algún lugar de esa cadena… Poste­ri­or­mente hemos com­pro­bado que la empresa Secu­ri­tas fue inca­paz de dar­nos nin­guna expli­cación razo­na­ble de lo suce­dido, ni tan siqui­era imágenes de los intru­sos… según ellos por­que «si bien se cogi­e­ron imágenes las mis­mas no han podido ser recu­pe­ra­das».

Las clo­a­cas esta­ban a pleno fun­ci­o­na­mi­ento y esto sucedió, como había pasado en enero, a esca­sos días de la vista de casación del pre­si­dent Torra en el Supremo… Hace tiempo que dejé de creer en las casu­a­li­da­des.

Al ter­mi­nar cerré todo, agra­decí el tra­bajo a los agen­tes allí pre­sen­tes —que sin duda eran tan ino­cen­tes de lo suce­dido como noso­tros— y me marché a casa cerca de las cinco de la madru­gada.

El lunes 14 Isa­bel y yo cogi­mos el pri­mer vuelo de la mañana a Bar­ce­lona. Teníamos que reu­nir­nos con el pre­si­dent Torra y su equipo para pre­pa­rar todo lo que se tenía que hacer el día de la vista en el Supremo, y expli­carle por dónde lle­varíamos la vista, cómo la plan­tearíamos y qué cosas era bueno que se refor­za­sen en la com­pa­re­cen­cia que el pro­pio pre­si­dent tenía pre­vista para después de la vista.

Lle­ga­mos muy tem­prano al Palau y me fui direc­ta­mente a las Cases dels Canon­ges, la zona pri­vada donde nos habían indi­cado que nos reu­niríamos, y ahí ya esta­ban Pere Cardús, Anna Figue­res y el pro­pio pre­si­dent, que es una per­sona tre­men­da­mente pun­tual. Nos reu­ni­mos en una sala amplia de la pri­mera planta para con­ser­var las dis­tan­cias de segu­ri­dad. El pre­si­dent Torra man­tenía, desde antes del con­fi­na­mi­ento, una sólida e inte­li­gente postura res­pecto a cómo debía abor­darse el tema del covid y se enfrentó a pro­pios y extraños para inten­tar que se siguie­sen unos cri­te­rios con­cre­tos, todos ellos médicos, que per­mi­ti­e­sen superar una cri­sis sani­ta­ria sin pre­ce­den­tes; lo que pre­di­caba se lo apli­caba, y por tanto esa reunión sería pre­sen­cial pero en «for­mato covid». Tenía que ser pre­sen­cial por­que a esas altu­ras teníamos ya muy claro cómo habían ope­rado, desde las cata­cum­bas del Estado, aque­llos que se han apro­pi­ado de la «patria» y de sus resor­tes de poder; Pega­sus era una rea­li­dad y des­co­nocíamos si era la única vía por la que se habían colado en nues­tras con­ver­sa­ci­o­nes e inti­mi­dad, por lo que toda pre­caución era poca.

Desayu­na­mos jun­tos y comen­za­mos a hacer una expo­sición de lo que teníamos pre­pa­rado, para luego entrar en una suerte de turno de pre­gun­tas tanto sobre los aspec­tos sus­tan­ti­vos de la vista como los for­ma­les, que, en un caso como este, son tan rele­van­tes que no se pue­den dejar a la suerte.

Isa­bel llevó la voz can­tante en la expli­cación sobre el sen­tido de la vista y el con­te­nido de la expo­sición, y yo me limité a ir apun­tando aque­llos aspec­tos que me parecía que podían ser de interés del pre­si­dent Torra; este, no lo olvi­de­mos, es abo­gado también y, por tanto, sus pre­gun­tas no solo son las pro­pias de un defen­dido, sino las de uno con fina for­mación jurídica.

Luego toma­ron la pala­bra Pere y Anna, que tenían impor­tan­tes pre­gun­tas de cuyas res­pu­es­tas depen­derían aspec­tos orga­ni­za­ci­o­na­les. Fui­mos dando res­pu­esta a to­das y bus­cando, entre todos, la mejor apro­xi­mación a cada asunto, teni­endo pre­sente que estábamos ante una mez­cla entre lo jurídico y lo político. Es el pro­blema de la Law­fare: arras­tran lo político al ámbito de lo jurídico y llega un momento en que son dos áreas ines­cin­di­bles.

El pre­si­dent, desde hacía ya meses, nos había indi­cado su deseo de acu­dir a la vista, abso­lu­ta­mente com­pren­si­ble y nece­sa­rio; el único debate que teníamos, a nivel técnico, era si íbamos a soli­ci­tar o no que hici­ese uso de la pala­bra, y ello por razo­nes estric­ta­mente jurídicas que tenían relación con lo que se deno­mina la «doble ins­tan­cia», es decir con una nueva valo­ración de pru­eba, en vía de recurso, sobre temas en los que el TSCJ ni tan siqui­era se había pro­nun­ci­ado a pesar de ser mate­ria objeto de debate.

La decisión final, que se basó exclu­si­va­mente en cri­te­rios técnico-jurídicos, fue que haríamos una vista de casación sin inten­tar entrar en lo que debería haber sido el sen­tido de la vista: cum­plir con el requi­sito de la doble ins­tan­cia. Con­si­de­ra­mos, y creo que fue un aci­erto, que al saber cuál sería el resul­tado del recurso no valía la pena dar­les la opor­tu­ni­dad de res­tar­nos ni un solo argu­mento de cara al TEDH.

La reunión fue larga y pro­duc­tiva, y como el pre­si­dent Torra siem­pre nos ha mani­fes­tado su abso­luta con­fi­anza en nues­tro des­empeño pro­fe­si­o­nal, aque­llas cosas que se plan­te­a­ron que podían gene­rar dudas a nivel jurídico las dejó zan­ja­das de manera rotunda: «Estoy en vues­tras manos y sois los mejo­res, se hará lo que digáis por­que el resul­tado aquí está claro y tene­mos que refor­zar la vía euro­pea».

Nada más salir de ahí nos fui­mos cami­nando hasta el Born, donde habíamos que­dado con Costa y Cek­pet; la idea fue reu­nir­nos en una tran­quila ter­raza de esa zona y allí tra­ba­jar los temas que teníamos pen­di­en­tes de cara a la vista y dis­tri­buir­nos el tra­bajo de los próximos días.

Cek­pet no quería ir al Par­la­ment, y tam­poco teníamos claro que pudiésemos hablar tran­qui­la­mente den­tro de un edi­fi­cio que sabíamos podía ser objeto de intro­mi­si­o­nes electrónicas e ile­ga­les por parte de los de siem­pre. La reunión fue larga y, como siem­pre nos ocurre, par­ti­mos por lo con­creto pero nos fui­mos des­vi­ando del obje­tivo y hablando de múlti­ples temas que teníamos pen­di­en­tes; serían impor­tan­tes en las sema­nas y meses que que­da­ban del año y además esta­ban direc­ta­mente rela­ci­o­na­dos con la vista que teníamos esa semana.

Al des­pe­dir­nos todos teníamos las cosas claras y los debe­res repar­ti­dos, pero no habíamos tomado ni media nota sobre nada de lo hablado, no era nece­sa­rio ya que en un buen equipo cada juga­dor sabe cuál es su posición en el campo y qué debe hacer en cada momento.

Desde el Born nos fui­mos cami­nando de regreso a la plaza de Sant Jaume, donde teníamos otra reunión pre­vista, esta vez con Josep Rius y con E. para revi­sar el tema de Pega­sus. Cada día avanzábamos más sobre ello y nos íbamos dando cuenta de la dimensión de este caso de guerra sucia que los medios seguían silen­ci­ando, como si ellos mis­mos no hubi­e­sen sido vícti­mas de tan delic­tiva intro­misión.

Casi al lle­gar nos dimos cuenta de que Josep estaba comi­endo algo rápido en un sitio cer­cano, entra­mos y le acompañamos mien­tras ter­mi­naba, un tiempo que usa­mos para poner­nos al día de todo tipo de cosas, entre ellas algo que a todos nos pre­o­cu­paba: la agenda que el Supremo tendría para depo­ner al pre­si­dent Torra.

Cuando ter­mi­na­mos nos acer­ca­mos a la ofi­cina de Josep y se nos acercó E., como siem­pre con su inse­pa­ra­ble moc­hila negra, de la que saca gran­des sor­pre­sas.

La con­ver­sación fue muy dinámica, nos puso al día de todos los avan­ces que se habían con­se­guido, en esa ocasión solo fue nece­sa­rio pedirle que nos «tra­du­jese» lo que estaba dici­endo sobre dos pun­tos con­cre­tos. Éramos tres abo­ga­dos y un informático, por lo que era evi­dente que no hablábamos el mismo idi­oma, aun­que en algu­nos aspec­tos sí podíamos enten­derle. El tema era más grave de lo que ini­ci­al­mente habíamos pen­sado, pues el ata­que había sido más amplio, masivo y pro­lon­gado en el tiempo de lo que se había dicho en los medios, cuando se vin­culó el Pega­sus exclu­si­va­mente al pre­si­dente del Par­la­ment, Roger Tor­rent. Estaba claro que el obje­tivo no eran políticos de segundo orden, sino el pro­pio pre­si­dent Puig­de­mont y qui­e­nes, en una u otra función, estábamos más cerca de él.

Para con­se­guir vul­ne­rar el secreto de las comu­ni­ca­ci­o­nes del pre­si­dent Puig­de­mont, que además tenía inmu­ni­dad, fue nece­sa­rio rea­li­zar ata­ques masi­vos a todo su entorno con el propósito de ir acercándose al obje­tivo. Se tra­taba de una auténtica guerra fría e íbamos com­pren­di­endo el cómo, el cuándo y el cuántos, pero aún no teníamos claro quiénes eran los res­pon­sa­bles.

Apro­veché la ocasión para comen­tar una infor­mación que me había dado una per­sona en Madrid y que hacía refe­ren­cia al ori­gen de dicha ope­ración y el uso masivo de Pega­sus. Todo apun­taba, y apunta, a un grupo muy con­creto de fun­ci­o­na­rios públi­cos que, excediéndose en sus fun­ci­o­nes, mal­ba­ra­tando recur­sos públi­cos y creyéndose impu­nes habían des­ple­gado el ope­ra­tivo que estábamos desen­trañando… La infor­mación era buena y tenía mu­cho sen­tido.

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